jueves, 29 de agosto de 2013

68 | 10/1/11 – Granada, España. Cielo despejado y blanco.

(Tiene alto contenido Lemon)



La casa CLOUD estaba tan llena como de costumbre. Bueno, faltaba Yasu que se pasaba el día en casa de Lacey con su preciosa hija, pero por lo demás la casa seguía como siempre. Koichi dormía en su cama, había trabajado todo el día, y a las 21:20 ya estaba en el quinto sueño. Hiro simplemente escuchaba música en su cama, mirando al techo, envuelto en los acordes de aquella melódica canción.

Zero, que acababa de llegar de trabajar, dejó sus cosas en la habitación y fue a ducharse. Se sentía terriblemente cansado, pero no tenía el suficiente sueño como para meterse en la cama y caer en los brazos de Morfeo en cinco minutos. Después de la ducha se puso el pijama y buscó a Max, que extrañamente no estaba ni en el salón con los demás, ni en las duchas, ni en el biblioteca, ni en la habitación de Zero... La casa era tan grande, que con estar cinco minutos andando de aquí para allá, subiendo y bajando escaleras acababas exhausto. Zero, que su condición física no le permitía cansarse tan rápido, siguió buscando a su amante.
No se le había ocurrido mirar en la habitación del menor. Aunque Max no solía pasar mucho tiempo en su cuarto, cuando trabajaba se encerraba para encontrar la inspiración. Zero subió las escaleras y llamó a la puerta del castaño. No obtuvo respuesta. Abrió un poco la puerta y se detuvo. Max estaba de espaldas, en ropa interior y camiseta de tirantes, con unos cascos negros y aparentemente bailando. A Max le apasionaba bailar desde hacía unos meses. No bailaba con nadie por lo que no solía enseñárselo a nadie y prefería ensayar en la soledad de su habitación. Esta era una canción especialmente sexy, que requería ciertos movimientos de brazos y caderas.
Zero, que escrutaba a Max con la mirada, se quedó sin habla. Los gráciles movimientos del menor lo tenían embelesado, no podría apartar la vista ni aunque le pusieran un muro delante. Lo miraba sin pestañear, y qué coño, le importaba un carajo que se le resecaran los ojos y se quedara ciego quizás, aquella sería su última visión del mundo y le encantaba.
Esto no hacía ningún bien al mayor, Zero, que trabaja duramente y apenas veía a Max no podía evitar sentir pulsaciones en sus partes bajas. Intentaba quitarse de la cabeza la idea de masturbarse en la puerta de la habitación de su novio mientras lo observaba bailando. Era patético. Pero tampoco quería entrar e interrumpirle. ¿Qué le diría? Cariño, te he estado mirando y se me ha puesto más dura que una piedra. No. Intentó desechar la idea hasta que vio a Max hacer un movimiento de cadera extremadamente sensual en el suelo. El peliblanco se sentía horriblemente mal por mirar así a Max, como si fuera un vulgar voyeur... Pero le estaba excitando demasiado verlo moverse así, y deseaba con toda su anatomía (ciertas partes especialmente) que bailara así sobre él. Que sus cuerpos se pegaran al ritmo de la música, que sudaran al compás de una canción japonesa con muchas guitarras. Zero no se había dado ni cuenta, pero estaba desabotonando el pantalón de su pijama...

-¡¡AH, ¿QUÉ HACES ZERO?!! -gritó Max dándose la vuelta asustado.
-¡Oh, joder! -gritó Zero asustado también.

Max de la impresión se había tropezado hasta casi caer al suelo. Zero apartó rápidamente las manos de su entrepierna y miró avergonzado al suelo.

-¿Se puede saber qué hacías ahí? -preguntó Max con el entrecejo más fruncido que nunca.
-Esto... A ver... Yo... Venía, venía a buscarte... -intentó excusarse el mayor.
-¿Buscarme? -preguntó de nuevo el menor arqueando una ceja y sonriendo de medio lado.
-Sí... Para... Para que durmiéramos juntos.
-¿Y eso? ¿También viene a buscarme? -preguntó por tercera vez señalando el paquete de Zero.

Zero echó un rápido vistazo a su entrepierna y apartó la vista al instante. Estaba tan duro que se notaba claramente su erección debajo del fino pantalón del pijama. Se sentía totalmente avergonzado.

-Pasa. -le pidió Max con un movimiento de mano.
Zero pasó y cerró la puerta aún mirando al suelo. Max había puesto una mano en su hombro y lo dirigió hasta la cama donde lo hizo sentarse.
-Pobre Zerito... -se compadeció Max acariciándole la melena a su novio.
Zero simplemente no podía decir nada. Se sentía tan mal que no se atrevía a mirar a Max a los ojos. El menor se apartó de Zero y encendió una lámpara que había en su escritorio y la tapó con un pañuelo rojo. Después se acercó a la puerta y echó el pestillo mientras apagaba la luz. Zero miró por primera vez a Max algo sorprendido.
-¿Qué le pasa a mi peliblanco? Si querías verme bailar podrías habérmelo dicho antes de quedarte en la puerta mirando. -dijo acercándose al mayor.
-Yo... Lo siento, no quería...
-¿Ah no?
-Bueno...
-Há... ¿Te gustaría ver un baile muy especial? -preguntó Max al oído a Zero.
-¿Un baile... especial? -preguntó Zero mientras se le hacía la boca agua al imaginar lo que estaba por vernir.
-Sí.

Si le preguntaran a Zero jamás sabría describir lo que vio aquella noche. Los sensuales movimientos del menor eran como niebla para su mente, la cual nublaban y le hacían volar. Después de algunos movimientos especialmente sexys, Max se acercó lentamente apoyando un pie desnudo en la bragueta de Zero, y éste al menor contacto soltó un débil y ronco gemido. Sus brazos no aguantarían mucho, Zero notaba que se caía. Max ya se estaba sentando encima de él acercando todo lo que podía su cuerpo al del mayor. Zero, que estaba casi en estado de shock no sabía ni qué decir, se sentía tan abrumado... Hacía tantos días que no hacían nada... Aquella casa estaba llena de gente y Zero tenía tanto trabajo... Y tanto estrés...

-Oh Zero, no puedo más, me pone mucho que me mires así. -le dijo Max acercando su cara a la del mayor.
Zero, que había permanecido callado todo el rato y que ni siquiera había mirado a Max, alzó la vista. Debía de tener una cara de pervertido total porque hasta Max se asustó. Zero se levantó con Max aferrado a su cadera y se acercó al escritorio. Tiró todo por el suelo incluida la lámpara (que se apagó al caer) y tumbó a Max encima con desesperación. Zero ya no era dueño de sus actos, no sabía lo que hacía, pero sí sabía lo que quería hacer. Le quitó rápidamente la camiseta de tirantes y la ropa interior a su novio y se lanzó cual león sobre una pobre e indefensa gacela. Max gemía e intentaba que Zero parase aunque realmente no quería que parase en lo más mínimo, pues estaba ya casi tan duro como lo estaba su amante, que lamía su torso sin parar, pellizcándole los pezones y provocando oleadas de placer que recorrían todo su cuerpo. Zero, sin dejar de lamer a Max buscaba frenéticamente el botón de su pantalón para desabrocharlo y “liberar a la bestia”. El menor gemía sin descanso intentando aferrarse a la mesa, pues estaba sudando y sentía como si se fuera a resbalar entre sudor y otros fluidos. Zero se había agachado y Max se iba a incorporar cuando sintió una lengua caliente y mojada en su entrada. Su espalda se arqueó haciendo que toda su piel se pusiera de gallina mientras echaba la cabeza hacia atrás. El mayor introducía su lengua mientras acariciaba el vientre de su amante con su mano izquierda y se masturbaba con la derecha. Se sentía a punto de morir y los gemidos de Max no ayudaban para nada.

-Aaah... Ah, Zero, no, no... Aaaah...

El mayor ya no podía más. Se incorporó y agarró a Max, le dio la vuelta y lo embistió salvajemente contra la mesa. Max, que no tenía donde agarrarse más que la lisa superficie de la mesa gemía sin parar. El mayor embestía a Max cogiéndole por las caderas mientras las piernas del menor temblaban incontroladamente. El peliblanco seguía metiendo y sacando su miembro del culo del castaño que gemía a unos niveles bastante altos.

-¿Es que no entiendes que no puedes ir provocándome así, Max?
-Aaah...
-Respóndome... -le pidió el mayor susurrándole al oído.
-Pensé que es lo que te había gustado siempre... Ah... -dijo Max entre gemidos moviendo las caderas hacía atrás y delante.
-¡Aah! Eres un niño muy malo, te debería de castigar por todo lo que me haces... Ah... -provocó Zero aún embistiendo al menor.
-Sí, soy muy malo, castígame.
Nada más pronunciar esas palabras, Zero aumentó mucho más el ritmo embistiendo a Max contra la mesa. Max gritaba moviendo sus caderas al son de Zero, que sujetaba la espalda del menor con una mano. Zero aumentó aún más la velocidad de sus embestidas haciendo que Max gritara de placer por una última vez corriéndose sobre la mesa mientras él se corría dentro del menor. Ambos respiraron agitadamente unos segundos antes de volver a la normalidad.

Zero fumaba con la ventana abierta para que no se quedara el olor en la habitación; aunque a Max le gustaba fumar, detestaba el olor del tabaco.
El menor se acercó por detrás con una sábana por encima de la cabeza. Habían estado haciéndolo unas dos horas más en la cama del menor. Max sentía agarrotados todos los músculos de las piernas y sus ingles ardían tanto que podría freír un huevo en ellas. Se sentó al lado de su amante y miró por la ventana absorto en la belleza de la noche. Zero miró a Max rapidamente y sonrió.

-No te había visto así desde hace mucho. -dijo Max de repente.
-Lo siento, era estrés acumulado...
-No hace falta que te disculpes, no lo digo como si fuera algo malo. Te has cargado mi lámpara... -respondió el menor sonriendo quitándole el cigarro de las manos.
-Te quiero. -dijo Zero rodeando a su novio por la cadera.
-¡Ah! -gritó Max tirando sin querer el cigarro por la ventana.
-¿Qué pasa?
-Me... Me duele mucho... -dijo Max retirando la sábana para comprobar si tenía alguna herida.
Zero y Max se quedaron de piedra unos segundos y después intercambiaron miradas. La de Zero era de sorpresa y vergüenza; en cambio la de Max era de un enfado clarísimo. Las caderas de Max estaban llenas de moratones de distintos colores. A simple vista parecían realmente dolorosos.
-Oh... Dios mío, lo siento mucho Max, yo... -dijo Zero tocando a Max como si fuera de cristal.
-Mira que te he dicho veces que mi piel es muy sensible...
-Lo siento, lo siento... Espera.

Después de disculparse otras diez veces al menor, Zero cogió una pomada del botiquín y le echó a Max en los moratones. El menor se estremecía de dolor al notar los dedos fríos y gelatinosos en sus caderas, pero al cabo de un rato notó que el dolor se aliviaba.
Max y Zero se quedaron dormidos desnudos en la cama del menor, abrazados.

martes, 13 de agosto de 2013

67 | 3/1/11 – Granada, España. Nublado.




Dicen que un nuevo año significa un nuevo comienzo, y desde luego, lo iba a ser para una pequeña criatura. Lacey, que llevaba horas con unos dolores horribles, fue al hospital acompañada de Sui y su madre Marie. La encamaron rápidamente, el bebé saldría en breves. Lacey, totalmente agobiada se tumbó en la camilla con la ayuda de Sui y Marie. La enfermera les avisó de que tardaría en llegar la matrona, tenían algunos problemas en el hospital y los médicos no daban a basto. Lacey rogó por un poco de ayuda que no llegó mientras Marie avisaba al futuro padre para que se presentara en el hospital.

-Tenga paciencia señora, voy a buscar a la matrona. -anunció la enfermera saliendo con rapidez de la habitación.
-¡¡No por favor!! ¡¡No me dejen así!! -imploró la futura madre.
-Tranquila Lacey, respira. -le ordenaba Sui sujetando con fuerza su mano.

Marie entró en la habitación al mismo tiempo que salía la enfermera. Les dijo que había avisado a Yasu pero que no lo encontraba por ninguna parte. Y era cierto, no lo encontraba, pero era porque Yasu estaba en el alfeizar de la ventana. Podía ver un sólido blackout* que no le permitía observar el interior de la habitación. Se arrodilló frente a la ventana e intentó abrirla. No estaba cerrada, pero una fuerza le impedía entrar. Yasu, cada vez más furioso intentó aporrear la ventana pero un impulso lo propulsó hacia atrás. Por suerte, el demonio tenía reflejos suficientes para sacar sus alas negras antes de caer. Aterrizó en el suelo del patio del hospital y corrió dentro para intentar entrar por la puerta de la habitación.
Yasu destacaba notablemente en aquel edificio. Todo blanco, puro, impoluto y él negro, corrompido y sucio. O así era como se sentía allí.
Una enfermera le dio el nombre de la habitación y corrió en busca de su amada vampira que estaba a punto de dar a luz a su primera hija.
Se aproximó a la puerta dando grandes zancadas, pero de nuevo, al coger el pomo de la habitación una fuerza lo propulsó hacia atrás. Por suerte, no había nadie en aquel pasillo que pudiera verle. Yasu esperó enfurecido a que alguien saliera del interior para poder pasar. No paraba de andar en círculos, de mover las manos y de farfullar en voz baja.

En el interior de la estancia, Lacey gritaba sin parar, el dolor la estaba consumiendo y el hecho de que el futuro padre no estuviera a su lado, apoyándola y reconfortándola le hacía sentir sola e indefensa.

-Lacey aguanta, ¡expira!, ¡inspira! -decía Sui sujetando la mano de su amiga mientras le limpiaba el sudor de la frente.
-¿Pero qué pasa aquí, no va a venir nadie a atenderte? ¡Voy a buscar a alguien! -dijo Marie saliendo por la puerta.
-No Marie por favor, que ya está aquí... ¡¡AAAAAAAAAAAAAAAH!! ¡Sui, ayúdame, por favor! -imploraba la vampira entre sollozos.
-V-V-Voy...

La puerta volvió a abrirse y entró Sebastian, el hermano de Lacey. Parecía nervioso y desconcertado.
-¡¡Lacey!! -gritó Sebastian acercándose a Sui y a su hermana.
-¡Llegas justo a tiempo! Creo que está- … ¡AAH! ¡Qué ya sale la cabeza! -exclamó Sui.
-¡TE LO HE DICHO! ¡Ayúdame! ¡Aaaaaah! -gritaba Lacey sin parar.
-Como que ya...
Sebastian no pudo terminar la frase porque nada más acercase a Lacey se desmayó y cayó de espaldas al suelo con un ruido sordo.

-Pero será gilipollas...
-S-Sui... ¡Me duele! ¡Me duele mucho! -exclamaba Lacey agarrándose con fuerza a la cama.
-¡Aguanta Lacey! ¡Empuja, vamos, empuja! ¡Expira, inspira! ¡Así, muy bien! -la animaba Sui que la agarraba por las temblorosas y pálidas piernas.
-Aah.... ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!... -gritó finalmente Lacey dando a luz a su hija.

Sui cogió a la niña cubierta de sangre entre sus brazos. Cogió unas sábanas de debajo de la cama y enrolló a la pequeña mientras la observaba.

-¡Ya está fuera! -le gritó Sui a Lacey que se hallaba exhausta en la cama. -¿Qué le pasa? … No se mueve y no... No respira...
-¿Qué estás diciendo? No puede ser... Por favor Sui, no me mientas... -dijo Lacey con los ojos empañados en lágrimas.
-Lacey...
-No... No puede ser cierto... -Lacey desvió la mirada y se llevó las manos a la cara intentado asimilar lo que Sui le decía.

Marie volvió a entrar en la habitación y observó el panorama. Sebastian desmayado cerca de la camilla, Lacey llorando desconsoladamente y Sui con el bebé en brazos.

-Ya estoy aquí, ¿qué ha pasado? -preguntó la pelirroja.
-No se mueve... No respira... -dijo Sui llorando también.
-Pero... No puede ser, no está muerta, aún noto su presencia demoníaca aquí... -dijo Marie buscando pistas por la habitación.

Sui y Lacey no paraban de llorar cuando Marie se fijó en una cosa que había en la pared colgada. Se acercó. Ahí estaba la explicación. Un crucifijo reinaba sobre la cama donde Lacey había dado a luz a su primera hija. Marie lo miró y aún con dudas lo intentó. Con sus poderes invirtió el crucifijo.

-Aquí estaba el problema... -sentenció Marie.

La puerta se abrió de par en par, como si saliera una ráfaga de aire desde el interior de la habitación. Yasu, se precipitó al interior y corrió junto a Marie.

-¡¡ME CAGO EN DIOS!! ¿Cómo habéis tardado tanto en daros cuenta de esa mierda? ¡Por su culpa me he perdido el parto de mi propia hija! -gritó Yasu fuera de sí.

La pequeña Zoe comenzó a llorar haciendo que Lacey, Sui y Marie abrieran los ojos hasta el extremo. La pequeña estaba viva y lo demostraba con su llanto de bebé.

-¡Mi niña! ¡Zoe! -gritó Lacey sin fuerzas desde la cama alzando los brazos.
Sui le entregó a la niña y se sentó en un sofá a asimilar todo lo que había acaecido momentos atrás.
-¡Quiero verla! -exclamó Yasu corriendo al lado de su amada.
-Menos mal... -dijo aliviada Sui desde el sofá.
-¡Mira! Tiene un ojito del color de su tito Sebas. -dijo Lacey feliz con su hija en brazos.
-Y el otro del color de su guapísimo padre. -le contestó Yasu a su lado.

-Eh... ¿Qué...?

Sebastian se empezó a incorporar del suelo. Había estado inconsciente todo el rato y se frotaba la cabeza que le dolía a causa del golpe contra el suelo.

-Por fin te despiertas, burro... -le espetó Sui.
-¡Mira a tu sobrinita! -le dijo su hermana.
-¡Aaah! ¡Quiero verla! -exclamó el vampiro corriendo al lado de su hermana.

Después de un rato haciéndole carantoñas a la niña...

-¡Qué guapa es! Se parece mucho a ti, hermanita.
-Gracias. -contestó Lacey apunto de llorar de nuevo.
-No llores cariño. -dijo Yasu.
-Es que estoy emocionada...

Después de tranquilizarse todos, la enfermera entró en la habitación rápidamente.

-¿Qué ha pasado? … ¿Ha nacido ya? -preguntó alucinada.
-¡Síí! ¡Sui me ayudó! ¡Es preciosa! -dijo atropelladamente Lacey.
-A ver... Déjenme el bebé que lo lave... -pidió la enfermera acercándose a Zoe-¡¡AAAH!! ¿Qué bicho es ese? ¿Por qué tiene un ojo de cada color? -gritó asustada.
-Ese “bicho” es mi hija, si no quieres morir más te vale apartarte. Yo la lavaré. -dijo furioso el padre de la niña cogiéndola en brazos.
-¡Yo te ayudaré! -dijo Sebastian siguiendo a su cuñado.
-Una mierda, que la matas.
-Oye, que he estado aprendiendo...

Los dos hombres salieron con la niña en brazos junto a la enfermera, que muy a su pesar los guió a una sala donde podían limpiar al bebé.

-Qué contenta estoy, ¡Zoe ya está aquí! -dijo Lacey alzando los brazos.
-Felicidades mamá.
-Sui, te debo la vida de mi hija... ¡Muchísimas gracias! Te quiero, eres una de las cosas más preciadas en mi vida... -confesó Lacey a punto de llorar por tercera vez.
-G-Gracias Lacey...

Y las dos amigas se fundieron en un abrazo mientras sollozaban alegres y felices por la nueva incorporación a la familia.


Mientras tanto, después de haber lavado a la pequeña, Yasu y Sebastian subieron a la azotea del hospital, Yasu sabía que a su hija le sentaría bien un poco de aire fresco.

-¡¡Jooo!! ¡Déjamela un rato! -gritó Sebastian.
-Tú lo quieres todo para ti. Mi mujer... mi hermana... incluso mi hija. -dijo Yasu mirándole con odio.
-¿Qué tiene que ver Scarlett con esto? -preguntó el vampiro.
-Que es MI hermana, no te la voy a dar.
-No la metas en esto por favor... En fin... Ya sé que me odias mucho, pero no es plan de tratarme así... -dijo el vampiro desviando la mirada.
-En el fondo te aprecio... Pero MUY en el fondo... Cuidas bien de mi mujer cuando yo no estoy, y de mi hermana (aunque a ella no hace falta que la cuides)... Y sé que cuidarás bien de mi hija. -dijo Yasu mirando al horizonte tratando de evitar la mirada de su cuñado.
-¿En serio? Entonces... ¿Confías en mí? -preguntó esperanzado.
-Sí... Pero no lo vayas diciendo por ahí...
-Vale... ¿Cuñados? -dijo Sebastian ofreciéndole la mano.
-Cuñados... -dijo estrechándole la mano- Pero suéltame la mano ya... Que me das grima.






*Cortinas muy gruesas forradas en aluminio.
Fotohistoria aquí