jueves, 3 de enero de 2013

56 | 16/9/10 – España, Granada. Despejado.



Dos días habían pasado desde el incidente con Yasu. Max seguía durmiendo placidamente sobre la cama de Zero. Su pecho subía y bajaba lentamente, si eso no fuera visible, cualquiera podría decir que parecía que ya había encontrado la paz y que yacía literalmente sin vida.

Zero no se había apartado de Max. No había comido. No había bebido. Tenía un aspecto horrible. Sin afeitar, con la ropa sucia y el pelo alborotado. No paraba de ir de un lado a otro de la habitación, como un padre esperando el nacimiento de su hijo. Se preguntaba una y otra vez: “¿Qué era lo que Yasu quería decir con los poderes de Max? ¿Le había estado ocultando algo el amor de su vida? ¿Se había callado algo así?” Luego reflexionó. Él desde luego se había callado algunas cosas también. Como su trabajo. Era mafioso. Pero, él lo hizo por el bien de Max, por su seguridad. Otra duda asaltó la mente del mayor: “¿Y si Max también se calló eso por la seguridad de Zero?” No podía ser. Todo aquello era surrealista. Un hombre que rompe objetos a distancia y que produce una especie de luz negra... ¡Es imposible! Se repetía Zero una vez más. Aquello no estaba sucediendo. Seguramente, ahora, despertaría de esta horrible pesadilla y Max estaría a su lado. Le sonreiría y sabría que todo iba bien.

Pero no, la triste realidad le azotaba la cara sin piedad. Tocaba suavemente la cara de Max. Implorándole a Dios que lo despertara.

-Señor... Lo he pasado muy mal, ¿por qué me sigues poniendo a prueba? Devuélveme a Max, por favor... -sollozaba abrazando la mano inerte de su amante.

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