domingo, 19 de agosto de 2012

34 | 11/11/09 y 12/11/09 – Japón, Tokyo. Nublado con lluvia. / Inglaterra, Londres. Lluvioso.



Hiro y Masao se encontraban en una habitación amplia, rodeados de cables, con la guitarra y el teclado. Ensayaban. Desde que empezaron con los conciertos, necesitaban un sitio para ensayar que no se les quedara pequeño como el apartamento de Hiro. Alquilaron aquel local unos meses mientras les hacían una habitación en The Blue Palm para llevar a cabo sus ensayos. A Hiro se le veía más feliz que nunca, sin contar el encontronazo en el último concierto...



Hiro bajaba alegre las escaleras del escenario y se reunía con sus fans. Al fondo, pegado a la pared le miraba un chico unos dos años mayor que él, mojado de pies a cabeza, con una media melena negra tapándole el rostro... Con unos penetrantes ojos celestes.

-Hola, Yasu. -saludó fríamente Hiro.
-Hola colega, ¿qué tal? Muchas fans con el nuevo cantante, ¿no?
-Sí.
-Un guapito, tiene cara de no haber roto un plato en su vida.
-A diferencia de otros.
-En cuando a voz, bueno, no es que llegue a mi nivel pero...
-¿Qué no llega a tu nivel? Perdona, pero el que no le llega ni a la suela de los zapatos, eres tú.
-Te lo estás tirando, ¿no?
-Eso a ti no te incumbe.
-¡Es un enchufado! ¡Qué fuerte! Y que, ¿entre canción y canción lo pones mirando para Cuenca?
Hiro lo cogió violentamente del cuello de la camiseta.
-No vuelvas a pronunciar esas palabras, como vuelvas a insultar a Max, me encargaré personalmente de ti. -amenazó soltándole bruscamente.
Yasu generó una risa macabra y salió del local no sin antes decirle algo Hiro.
-Yo que tú no dejaría solo al rubito, en cuanto me lo encuentre solo en un callejón, las pagará todas juntas.




A Hiro se le revolvía el estómago cada vez que recordaba aquello. Yasu era celoso, cruel y ruin, se merecía lo peor.
-Hiro, ¿estás bien? Llevas tocando lo mismo diez minutos. -preguntó extrañado Masao.
-Sí... son solo malos recuerdos....



21:22.
Max jugaba con su móvil tumbado en el tatami y tapado con una manta. De repente vibró y sonó una melodía japonesa de un grupo que le gustaba mucho, le estaban llamando.
Número privado, leyó Max en la pantalla.
-Moshi, moshi.
-¿Perdón? ¿Estoy hablando con Maxwell Adams? -preguntaron.
-(¿Inglés?) Sí, soy Max.
-Verá, no es fácil decirle esto... Le llamamos de la funeraria Descanse en paz, su madre ha muerto esta tarde.
-¿Qu-qué? -a Max se le quebró la voz.
-Nuestro más sincero pésame. El funeral será mañana a las 11:30 de la mañana en el cementerio de Highgate zona este. También le comunico un mensaje de su padre.
-¿Mi padre?
-Sí. Quiere que asista con él a un juicio para hablar sobre la herencia de su difunta madre.
-¿Herencia? ¿El muy bastardo quiere quitármelo todo encima?
-Bueno, eso es algo personal entre ustedes dos, nosotros le esperamos donde hemos acordado mañana. Buenas noches.

Mi madre ha muerto... No he hablado con ella desde el día que me despedí en Londres... Ni siquiera me respondió a las cartas... ¿Estaría enfadada conmigo por fugarme? No, no puede haber muerto sin perdonarme... Tengo que ir a Londres.

Max se apresuró a hacer la maleta. Siempre tenía una guardada en el armario, para emergencias como aquellas. Por suerte, aquella vez podía llevarse todas sus cosas consigo. Metió toda su ropa y zapatos, las cosas del baño y el dinero que había ahorrado hasta entonces, le daría para el billete y allí ya cambiaría los yenes por libras.
Con el corazón en un puño, Max cogió un trozo de papel y le dejó una nota a Hiro, después, dejó sus llaves sobre la mesilla de la entrada y salió por la puerta de la persona que lo había salvado de la calle.


Hiro,
He tenido que irme, lo lamento mucho. No quiero dar muchos rodeos, así que te lo cuento rápido. Mi madre ha muerto en Londres esta tarde y mañana es su funeral, tengo que irme. Mi padre me va a llevar a juicio sobre la herencia de mi madre, sospecho que quiere quedárselo todo, así que tengo que contratar un abogado cuanto antes. Siento muchísimo dejaros así de colgados, pero es mi madre y no pienso dejar que mi padre se lleve todo su dinero. Espero que encontréis un buen cantante, porque yo dudo mucho que vuelva. No sé donde me llevará la vida esta vez, pero pienso honrar el nombre de mi madre allá donde vaya.
Te quiero mucho hermano.

Max.



Llamó a un taxi que lo llevó hasta el aeropuerto de Narita, prefectura de Chiba. Allí compró un billete para Londres, el primero que tuviesen, el de las 23:45. Facturó la maleta y esperó hasta la hora para subir. Hasta las 8 menos cuarto del día siguiente no llegó a Londres. Lo embargaron los recuerdos, aquel frío que solo perdura en Inglaterra, las tiendas, las calles bohemias, Max las recordaba como si fuera ayer. Aunque había hablado inglés toda su vida, se le hacía raro volver a cambiar de idioma, se había adaptado tan bien al japonés...
Después de varias horas andando, encontró un buen hotel, de tres estrellas, y pidió una habitación. Dejó allí sus pertenencias y llamó a un bufete de abogados. Estuvo hablando con uno durante bastante rato sobre el caso, le pidió que buscara al cartero que repartía las cartas por su calle para que tuvieran un testigo de que Max había estado mandando cartas todo aquel tiempo. Él sabía como funcionaba la mente de su padre, seguramente había tirado todas las cartas que habían llegado y alegaría en el juicio que Max jamás se preocupó por su madre y que ella murió por su culpa. Max pensaba darle la vuelta a las tornas y echarle en cara que habiéndose ido con 13 años, él jamás hizo un solo amago de búsqueda, ni tan siquiera por Londres. Max no sabía si todo eso era cierto o no, pero conocía a su padre y no hacían falta palabras ni hechos para adivinarlo.
Cuando todo estuvo listo, cogió otro taxi que lo dejó en el cementerio Highgate. En la puerta había un hombre con un cartelito que ponía “ADAMS”. Max se acercó y lo saludó, sin querer con una reverencia. Después lo condujo hasta la tumba de su madre, donde un montón de gente lloraba y lo abrazaba. La lluvia golpeaba la cara de Max, que no llevaba paraguas. Iba vestido con unos pantalones negros y una camisa negra sencilla. Era la primera vez en su vida que se ponía mocasines. La situación lo requería. Vio como metían el ataúd blanco e impoluto de su madre en un hoyo en la tierra. Lo taparon y vio la majestuosa lápida que se erguía sobre el tumulto de tierra. De un blanco puro y brillante.

Nadeshiko Adams. 1971-2009 – La mejor madre y esposa.

Max miraba la lápida fijamente, se perdía en ella y las miles de diminutas gotas de lluvia que la recorrían. Un hombre, de la funeraria, pronunciaba un discurso solemne mientras unas mujeres de vestidos y paraguas negros lloraban y soltaban sollozos. Max no podía dejar de mirar la lápida. La gente comenzó a marcharse, dándole un beso en la mejilla, un apretón de manos o una afectuosa palmada en el hombro. Max los ignoraba, solo podía mirar la tumba de su madre. Solo quedaban dos personas frente a la tumba de Nadeshiko. Un chico con el cabello castaño y unos profundos ojos azules empañados y vidriosos, a su derecha, un hombre alto, con el pelo rubio y los ojos inyectados en sangre, sujetando un paraguas.

-Ella murió por tu culpa. -espetó el hombre.
-Su nombre no ha muerto en vano, no te vas a llevar su dinero.
-Eso ya lo veremos. Me niego a que tú lo malgastes.

El hombre se fue con paso ligero bajo su paraguas. Max se acercó más a la lápida, a la izquierda de esta había un gran ángel blanco de piedra con un bebé en los brazos. Lo acunaba. Le cantaba una nana.

Max lloraba desconsolado al ángel de piedra, arrepentido ante su propia madre que le perdonaba desde el cielo.

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