Hiro y Masao se encontraban en una habitación amplia, rodeados de
cables, con la guitarra y el teclado. Ensayaban. Desde que empezaron
con los conciertos, necesitaban un sitio para ensayar que no se les
quedara pequeño como el apartamento de Hiro. Alquilaron aquel local
unos meses mientras les hacían una habitación en The Blue Palm para
llevar a cabo sus ensayos. A Hiro se le veía más feliz que nunca,
sin contar el encontronazo en el último concierto...
Hiro
bajaba alegre las escaleras del escenario y se reunía con sus fans.
Al fondo, pegado a la pared le miraba un chico unos dos años mayor
que él, mojado de pies a cabeza, con una media melena negra
tapándole el rostro... Con unos penetrantes ojos celestes.
-Hola,
Yasu. -saludó fríamente Hiro.
-Hola
colega, ¿qué tal? Muchas fans con el nuevo cantante, ¿no?
-Sí.
-Un
guapito, tiene cara de no haber roto un plato en su vida.
-A
diferencia de otros.
-En
cuando a voz, bueno, no es que llegue a mi nivel pero...
-¿Qué
no llega a tu nivel? Perdona, pero el que no le llega ni a la suela
de los zapatos, eres tú.
-Te
lo estás tirando, ¿no?
-Eso
a ti no te incumbe.
-¡Es
un enchufado! ¡Qué fuerte! Y que, ¿entre canción y canción lo
pones mirando para Cuenca?
Hiro
lo cogió violentamente del cuello de la camiseta.
-No
vuelvas a pronunciar esas palabras, como vuelvas a insultar a Max, me
encargaré personalmente de ti. -amenazó soltándole bruscamente.
Yasu
generó una risa macabra y salió del local no sin antes decirle algo
Hiro.
-Yo
que tú no dejaría solo al rubito, en cuanto me lo encuentre solo en
un callejón, las pagará todas juntas.
A Hiro se le revolvía el estómago cada vez que recordaba aquello.
Yasu era celoso, cruel y ruin, se merecía lo peor.
-Hiro, ¿estás bien? Llevas tocando lo mismo diez minutos. -preguntó
extrañado Masao.
-Sí... son solo malos recuerdos....
21:22.
Max jugaba con su móvil tumbado en el tatami y tapado con una manta.
De repente vibró y sonó una melodía japonesa de un grupo que le
gustaba mucho, le estaban llamando.
Número privado, leyó Max en la pantalla.
-Moshi, moshi.
-¿Perdón? ¿Estoy hablando con Maxwell Adams? -preguntaron.
-(¿Inglés?) Sí, soy Max.
-Verá, no es fácil decirle esto... Le llamamos de la funeraria
Descanse en paz, su madre ha muerto esta tarde.
-¿Qu-qué? -a Max se le quebró la voz.
-Nuestro más sincero pésame. El funeral será mañana a las 11:30
de la mañana en el cementerio de Highgate zona este. También le
comunico un mensaje de su padre.
-¿Mi padre?
-Sí. Quiere que asista con él a un juicio para hablar sobre la
herencia de su difunta madre.
-¿Herencia? ¿El muy bastardo quiere quitármelo todo encima?
-Bueno, eso es algo personal entre ustedes dos, nosotros le esperamos
donde hemos acordado mañana. Buenas noches.
Mi
madre ha muerto... No he hablado con ella desde el día que me
despedí en Londres... Ni siquiera me respondió a las cartas...
¿Estaría enfadada conmigo por fugarme? No, no puede haber muerto
sin perdonarme... Tengo que ir a Londres.
Max se apresuró a hacer la maleta. Siempre tenía una guardada en el
armario, para emergencias como aquellas. Por suerte, aquella vez
podía llevarse todas sus cosas consigo. Metió toda su ropa y
zapatos, las cosas del baño y el dinero que había ahorrado hasta
entonces, le daría para el billete y allí ya cambiaría los yenes
por libras.
Con el corazón en un puño, Max cogió un trozo de papel y le dejó
una nota a Hiro, después, dejó sus llaves sobre la mesilla de la
entrada y salió por la puerta de la persona que lo había salvado de
la calle.
“Hiro,
He
tenido que irme, lo lamento mucho. No quiero dar muchos rodeos, así
que te lo cuento rápido. Mi madre ha muerto en Londres esta tarde y
mañana es su funeral, tengo que irme. Mi padre me va a llevar a
juicio sobre la herencia de mi madre, sospecho que quiere quedárselo
todo, así que tengo que contratar un abogado cuanto antes. Siento
muchísimo dejaros así de colgados, pero es mi madre y no pienso
dejar que mi padre se lleve todo su dinero. Espero que encontréis un
buen cantante, porque yo dudo mucho que vuelva. No sé donde me
llevará la vida esta vez, pero pienso honrar el nombre de mi madre
allá donde vaya.
Te
quiero mucho hermano.
Max.”
Llamó a un taxi que lo llevó hasta el aeropuerto de Narita,
prefectura de Chiba. Allí compró un billete para Londres, el
primero que tuviesen, el de las 23:45. Facturó la maleta y esperó
hasta la hora para subir. Hasta las 8 menos cuarto del día siguiente
no llegó a Londres. Lo embargaron los recuerdos, aquel frío que
solo perdura en Inglaterra, las tiendas, las calles bohemias, Max las
recordaba como si fuera ayer. Aunque había hablado inglés toda su
vida, se le hacía raro volver a cambiar de idioma, se había
adaptado tan bien al japonés...
Después de varias horas andando, encontró un buen hotel, de tres
estrellas, y pidió una habitación. Dejó allí sus pertenencias y
llamó a un bufete de abogados. Estuvo hablando con uno durante
bastante rato sobre el caso, le pidió que buscara al cartero que
repartía las cartas por su calle para que tuvieran un testigo de que
Max había estado mandando cartas todo aquel tiempo. Él sabía como
funcionaba la mente de su padre, seguramente había tirado todas las
cartas que habían llegado y alegaría en el juicio que Max jamás se
preocupó por su madre y que ella murió por su culpa. Max pensaba
darle la vuelta a las tornas y echarle en cara que habiéndose ido con 13 años,
él jamás hizo un solo amago de búsqueda, ni tan siquiera por
Londres. Max no sabía si todo eso era cierto o no, pero conocía a
su padre y no hacían falta palabras ni hechos para adivinarlo.
Cuando todo estuvo listo, cogió otro taxi que lo dejó en el
cementerio Highgate. En la puerta había un hombre con un cartelito
que ponía “ADAMS”. Max se acercó y lo saludó, sin querer con
una reverencia. Después lo condujo hasta la tumba de su madre, donde
un montón de gente lloraba y lo abrazaba. La lluvia golpeaba la cara
de Max, que no llevaba paraguas. Iba vestido con unos pantalones
negros y una camisa negra sencilla. Era la primera vez en su vida que
se ponía mocasines. La situación lo requería. Vio como metían el
ataúd blanco e impoluto de su madre en un hoyo en la tierra. Lo
taparon y vio la majestuosa lápida que se erguía sobre el tumulto
de tierra. De un blanco puro y brillante.
“Nadeshiko Adams. 1971-2009 – La mejor madre y esposa. “
Max miraba la lápida fijamente, se perdía en ella y las miles de
diminutas gotas de lluvia que la recorrían. Un hombre, de la
funeraria, pronunciaba un discurso solemne mientras unas mujeres de
vestidos y paraguas negros lloraban y soltaban sollozos. Max no podía
dejar de mirar la lápida. La gente comenzó a marcharse, dándole un
beso en la mejilla, un apretón de manos o una afectuosa palmada en
el hombro. Max los ignoraba, solo podía mirar la tumba de su madre.
Solo quedaban dos personas frente a la tumba de Nadeshiko. Un chico
con el cabello castaño y unos profundos ojos azules empañados y
vidriosos, a su derecha, un hombre alto, con el pelo rubio y los ojos
inyectados en sangre, sujetando un paraguas.
-Ella murió por tu culpa. -espetó el hombre.
-Su nombre no ha muerto en vano, no te vas a llevar su dinero.
-Eso ya lo veremos. Me niego a que tú lo malgastes.
El hombre se fue con paso ligero bajo su paraguas. Max se acercó más
a la lápida, a la izquierda de esta había un gran ángel blanco de
piedra con un bebé en los brazos. Lo acunaba. Le cantaba una nana.
Max lloraba desconsolado al ángel de piedra, arrepentido ante su
propia madre que le perdonaba desde el cielo.
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