Max se encontraba tirado
en la moqueta de su nueva habitación, tapado por la manta de la mesa
y con el calor de brasero, pensando en que parecía que había sido
hace años cuando en realidad todo había pasado el día anterior...
¿Realmente podría haber madurado en un día?
Max era un chico de unos
grandes ojos azules, heredados de su madre. Su pelo pajizo, casi
blanco, y muy fino caía suavemente encima de sus orejas. Tenía
cierto peinado tazón, pero prometió que de mayor tendría una
melenita castaña, siempre la quiso desde que vio el pelo de su
madre.
Era bastante blanco, su
piel era color leche claramente. Era más bien alto para su edad, y
sus piernas eran delgadas y esbeltas, algo femeninas la verdad. Todo
su cuerpo era bastante femenino, ya que era delgado,no en extremo, y
blanquito de piel. De pequeño se solían meter a veces con él
diciendo que si se pusiera un vestido sería completamente una niña.
Max le restaba importancia, realmente le daba igual parecer una niña
o un niño, él sabía lo que era, y eso le bastaba.
Sus largas y tupidas
pestañas dejaban sin aliento a cualquiera que se pasara un rato
mirándolo. Era verdaderamente guapo. Delicado, inteligente,
perspicaz, tímido a veces y muy extrovertido otras.
El médico le dio unos
pocos meses de vida cuando él solo tenía 4 años. Lo sometieron a
muchas dolorosas pruebas médicas y análisis, hasta que finalmente
dieron con el porqué de sus cambios de humor. Dijeron que sufría un
transtorno bipolar. He ahí el porqué de esos cambios de humor tan
drásticos, por la mañana se levantaba con energía y algo de
hiperactividad y por la noche le daba una súbita depresión y no
paraba de llorar. Más tarde los médicos dijeron que la bipolaridad
con el tiempo desaparecería, y sí. Desapareció. Pero tras una
nueva consulta, le diagnosticaron transtorno de identidad
disociativo. Doble personalidad. Aunque su caso era realmente
extraño. Cuando a Max le faltaba algo realmente importante para él,
su otra personalidad afloraba.
Su otro yo era un chico
frío, distante, desconfiado. Realmente arisco y nada juguetón. Era
totalmente el contrario a Max y con el tiempo se fue acentuando. Más
tarde empezaron a probar un medicamento que inhibía su segunda
personalidad. Funcionaba, pero debía recordad tomar su dosis
semanal, o su segunda personalidad podría aflorar en cualquier
momento, ya sea cuando le quitan un juguete o cuando se acabe su
programa favorito de televisión.
Pero en general, Max tenía
una vida muy estable, un padre con un trabajo de empresario
mundialmente conocido, su madre, que había decidido dejar la pintura
para ser ama de casa, unos tíos bastante majos, su primo Ryuichi con
el cual juega desde que tiene consciencia, sus otros tíos y su primo
pequeño Matt... Vivía en una familia rica, rodeado de lujos y de
gente aún más rica...
Pero en todo cuento hay un
villano que hace la vida imposible al protagonista y Max lo tenía y
él fue la razón de su repentina huida al país nipón.
Su padre.
William Adams. Un hombre
alto, fuerte y delgado, con unos profundos ojos negros y pelo corto
rubio. Empresario de los buenos. Tenía contactos por todo el mundo,
allí donde iba lo conocían. ¿Su debilidad? Su mujer. Amaba a
Nadeshiko con toda su alma. Una noche de 1992 Nadeshiko le preguntó
si no le haría ilusión tener un hijo con ella. Aunque William no
concebía del todo el hecho de compartirla con alguien más, la
ilusión de sus ojos le convencieron por completo.
Al año siguiente, el 7 de
Abril de 1993 nació Max Adams. Con dos grandes ojos azules y una
pelusilla blanca sobre la cabeza. La cara de su padre. Los ojos de su
madre.
El niño creció y William
comenzó a darse cuenta de que sus temores tenían fundamento, pues
Nadeshiko no pensaba en otra cosa que no fuera su pequeñín, se
pasaba el día con el niño, incluso cuando él venía de trabajar
ella no le prestaba toda la atención que él quería.
Pasaron los años y
William se volvía paranoico por momentos, incluso llegó a
plantearse el matar a su propio hijo. No es que no lo quisiera, pero
quería mucho más a su mujer y ésta estaba más ilusionada con
cualquier carantoña del niño que con un beso de su marido.
Así que pasó al plan B.
Era absurdo, irreal, estúpido. Pero eficaz. William comenzó a
apuntar al pequeño a todo tipo de clases, desde tenis hasta natación
pasando por piano. Apartir de los 6 años, Max no hizo otra cosa que
dar clases, de lo que fuera, a todas horas (exceptuando las comidas,
claro). Pero Max era y es terriblemente listo. Todo se le daba bien.
Tenía un toque especial con el tenis, nadaba de fábula y el piano
se le daba de muerte. Nadeshiko no paraba de pedirle en sus ratos
libres que le tocara el piano o que le dibujara algo bonito. Estaba
en las mismas.
Conforme Max iba creciendo
se iba dando cuenta de porqué tantas clases, de porqué esas miradas
de odio de su padre cuando hablaba con su madre, de porqué en cuanto
podía William cogía por el brazo a su madre y se la llevaba a tomar
algo.
No lo aguantaba. Al igual
que Max no aguantaba a su padre. No recuerda ni una sola muestra de
cariño suya, ni de admiración u orgullo. Su madre lo excusaba
diciendo que era muy estricto porque quería lo mejor para su
hijo.... Nadeshiko tenía el velo de la ignorancia permanente, por lo
que Max no quiso decirle nada al irse, prefirió no echarle las
culpas a su padre. Se separarían y él tendría la culpa... O peor,
su padre lo buscaría por todo el mundo para matarlo por romper su
relación con Nadeshiko...
Se quitó la sudadera y
entonces cayó en la cuenta, no había traído pijama... Compraría
uno nuevo más tarde, estaba totalmente agotado y solo pensaba en
meterse en el futón y dormir todo el día.
En ese momento, alguien
llamó suavemente a la puerta, tratando de no hacer mucho ruido.
-¿Puedo pasar? -preguntó
una voz femenina.
-Adelante. -dijo Max
incorporándose y dejando la sudadera sobre la maleta.
-Te traigo el cartel para
la habitación, la llave y las tarjetas. -dijo su casera entrando con
una pizarrita, un bolígrafo y un par de tarjetas.
-Muchas gracias, ¿para
qué son las tarjetas? - preguntó.
-Una es para la cafetería
y la otra para la lavandería, cada habitación tiene un número
asignado y una lavadora.
-¡Genial! ¡Qué nivel!-
respondió entusiasmado.
-Espero que disfrutes de
tu estancia. Por cierto, los 10 de cada mes tienes que dejar un
sobrecito con el dinero en el buzón que hay al lado del mueble de
los zapatos, si tuvieras algún problema para pagar o lo que sea, tú
habla conmigo y lo solucionaremos, ¿vale? -dijo sonriendo.
-Por supuesto, muchas
gracias por todo. -dijo con una reverencia.
-Hasta luego. - hizo una
reverencia y se fue cerrando la puerta.
Max cogió la pizarra, y
apartando la maleta de la mesa se puso a escribir su nombre. No
quería dibujitos absurdos, ni ñoñerías varias. Puso su nombre en
letras mayúsculas, tal cual, sin apellido. Mejor. Odiaba un poco su
apellido. Abrió la puerta y con unos adhesivos que llevaba la
pizarra la pegó a la puerta debajo del número 10 que había en
dorado.
“ M A X “
Se acercó al armario y lo
abrió. Efectivamente y como había pensado antes, dentro había un
futón blanco, varias sábanas blancas y algunas mantas azules y
rosas. Lo sacó todo, hacía bastante frío aquel día.
Cogió su sudadera y se la
puso de nuevo. Se quitó los pantalones, aunque hacía frío odiaba
dormir incómodo, y los pantalones no eran su ideal de comodidad
precisamente. En sudadera y bóxers, se metió en el futón, se
cubrió con todas las sábanas y mantas que había.
De repente reparó en que
no había echado la persiana y empezaría a entrar la luz en breves.
Miró su reloj. Las 8:03. No quería levantarse por miedo a morir de
hipotermia, algo exagerado sí, así que se puso la capucha y se tapó
hasta las orejas. Hecho un ovillo, se quedó dormido en menos de
cinco minutos.
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