Era una mañana muy fría.
Había un niño de 12 años sujetando firmemente un maletín en mitad
de la multitud. Realmente los aeropuertos son sitios muy ajetreados,
pensó el niño.
Levantó su pequeña
maleta azul pálido del suelo y se encaminó al exterior del
edificio.
-¡Oooh! -Exclamó al ver
por primera vez el país del sol naciente.
Se recolocó su bufanda y
comenzó a andar. Se fue abriendo paso entre la gente que abarrotaba
las calles japonesas. Japón es realmente un paraíso, pensó el
pequeño de ojos azules.
Siguió avanzando hasta
llegar a un parque. Eran las 7:33 de la mañana según marcaba su
reloj digital. Se sentó en un banco del parque y puso el maletín en
su regazo. Frotó sus manos, que a pesar de llevar guantes estaban
algo frías. Miró a su alrededor mientras el vaho salía lentamente
por su boca a cada espiración de aire. Era un parque muy bonito,
había un gran lago en frente suya, con carpas, muchas carpas. En
mitad del pequeño lago se erguía un pequeño altar. Pensó en lo
religiosos y místicos que le habían parecido siempre los
japoneses...
En el parque tan solo pudo
ver a una chica vestida con chándal que hacía footing mientras
escuchaba música con su Ipod.
En ese instante vio un
chico que ofrecía propaganda y se acercó un poco al ver que
bastantes jóvenes lo rodeaban, como si de un espectáculo se
tratase.
-¡Vengan a nuestra
residencia para estudiantes! ¡Residencia Sakurada! ¡No encontrará
otra más silenciosa y a mejor precio! ¡Perfecta para estudiantes! -
gritaba el chaval con un montoncito de flyers en la mano.
El chico se detuvo a
pensar. Realmente, cuando se escapó de casa no pensó siquiera en
donde iría, solo sabía que quería ir a Japón, ya que su primo y
su tía le enseñaron japonés desde pequeño y dominaba bastante
bien el idioma, de hecho, si nadie se fijara en sus grandes ojos
azules, creerían que es un japonés.
Pensó que vivir en una
residencia estudiantil estaría bien, al fin y al cabo en Tokyo no
conocía a nadie. Así que se acercó al chico y le pidió un
folleto. Después le preguntó varias cosas acerca de la residencia.
-Pero chaval, ¿tú no
eres un poco pequeño para vivir solo? -preguntó el chico que
repartía folletos al ver la estatura del niño.
-Bueno... -Estaba
realmente en un aprieto, si le entregaban a la policía por ser un
menor sin ningún tutor seguramente lo mandarían de una patada a
Londres con sus padres... - verás, estoy aquí por una beca, estoy
de erasmus y necesito un hogar mientras aclaro todo el papeleo. -No
sabía ni de qué papeleo se refería, pero deseaba con toda su alma
que el chico lo pasara por alto y no hiciera más preguntas.
Para su deleite, el chico
asintió amablemente y le explicó todo lo referente a la residencia.
Se encontraba justo detrás del parque, cosa que agradeció el chico
ya que le había gustado bastante el parque en cuestión. Le explicó
que serían unos 16.000 yenes (Unas 130 libras) la estancia durante
un mes y aparte la comida. Podía elegir entre comer en la cafetería
que tenía la residencia o comprar su propia comida, cosa que muchos
hacían para ahorrar más dinero.
Sinceramente, el dinero le
importaba poco. Sus padres eran ricos y se aseguró antes de irse de
coger una buena suma de dinero, sabía que hasta los 18 años no
podría coger nada de su cuenta (Aún con el riesgo de que su padre
cogiera todo su dinero y se lo quedara...)
El chico le dio las
gracias al chaval de los folletos y se despidió con una reverencia.
Agarró su maletín azul de nuevo y emprendió camino hacia la
residencia. Se ayudó de un pequeño mapa detrás del folleto que le
había dado el chaval.
Después de unos minutos
atravesando el parque, llegó a la entrada. El chico estaba
entrenándose con el japonés por lo que se detuvo a leer un cartel
que había al lado de la gran valla que cercaba el parque.
“El parque está abierto
para el disfrute de todos desde las 06h am hasta las 23h pm.”
Sacó del bolsillo un
bolígrafo y apuntó “06-23” al lado del mapa dibujado en el
folleto. Siguió andando y salió del parque. Sus pisadas sonaban en
la adoquinada calle, eso hacía que el chico andase más despacio, le
daba vergüenza que sus pisadas se oyeran mucho, estúpido por otro
lado, ya que no había mucha gente por esa zona.
Llegó a la puerta de la
residencia. Un gran rótulo encima de la puerta ponía en japonés
“Residencia Sakurada” adornado con un pétalo de cerezo al lado,
detalle que al chico le gustó bastante.
Se acercó a la entrada y
tímido pero decidido a la vez, llamó a la puerta de madera,
esperando una respuesta del interior.
A los pocos segundos, una
mujer abrió la puerta. Mediría unos poco centímetros más que el
niño y fumaba lentamente un cigarro mientras lo miraba curiosa.
-Hola, ¿puedo ayudarte en
algo? -preguntó un poco confundida al ver a un niño tan pequeño
llamando a una residencia para estudiantes.
-Hola... -hizo una
reverencia, aún le costaba adaptarse a las costumbres japonesas.
-Perdone, he estado hablando con un chico en el parque que reparte
folletos – dijo enseñando el papel- y me gustaría alojarme aquí
durante una temporada...
Estaba nervioso, sabía
que le volverían a preguntar, sabía que tarde o temprano se
enterarían de que había huido y lo devolverían con sus padres, con
su padre....
-Ah, perfecto. Pasa, hay
muchas habitaciones vacías, así que tienes suerte, puedes elegir la
que prefieras. -dijo la mujer ofreciéndole una amable sonrisa e
invitándole a pasar.
El chico entró y se
descalzó, cosa que tampoco le gustaba mucho. Se puso unas zapatillas
de estar por casa que le ofreció la mujer y se llevó las suyas en
la mano. La mujer le ofreció una llave para guardar sus zapatillas
en uno de los compartimentos de un armario que había a la entrada,
pero el chico le dijo que no hacía falta, que le gustaba tener sus
cosas en la habitación.
La mujer lo condujo hasta
un pasillo lleno de puertas, al fondo había una bifurcación a la
izquierda y otra a la derecha, que imaginó estaría llena de
habitaciones.
-Las habitaciones que
tienen carteles en las puertas son las que están ocupadas. Más
tarde te daré a ti uno para que pongas tu nombre. -dijo sonriéndole,
a la mujer le había caído bastante bien aquel niño entrañable.
-Muchas gracias por todo
-dijo haciendo una reverencia. - Pero me gustaría saber para qué
sirve el cartel con mi nombre en la puerta...
Él siempre había sido
muy reacio al dar su nombre, contra menos gente lo supiera, mejor. No
había ningún motivo especial, suponía que sería desconfianza a
secas.
-Es por si nos llega algún
correo a tu nombre, y a su vez por si encargas algo a cocina o por si
alguien te busca. -le respondió la mujer.
-Vale... -dijo agachando
la cabeza y con las palabras “si alguien te busca” resonando en
su cabeza.
El chico miró
cuidadosamente las puertas. Algunas tenían carteles como
anteriormente le había indicado la mujer, algunos con nombres
acabados en “-chan” y con corazones dibujados alrededor, otros
con nombres y calaveras a modo de adorno.
Llegó a la bifurcación y
tomo la izquierda sin pensarlo. Como si supiera que aquel era el
camino correcto. El pasillo no era muy largo, tenía puertas a ambos
lados y una última puerta en la pared del fondo. Sabía que su
habitación sería esa. Desde el momento en que oyó al chico en el
parque gritar algo acerca de una residencia. Estaba algo asustado por
lo que ocurría en su mente, pero valiente, cogió su maletita de
nuevo y se acercó a la puerta. Estaba abierta, supuso que sería
porque, ya que no había nadie viviendo dentro, no era necesario
tenerla cerrada con llave.
Entró y se encontró con
un amplio salón, en el centro una mesita baja japonesa, con brasero
para las frías noches de invierno. En frente de la mesita una
pequeña televisión y detrás de ésta, una ventana que daba al
jardín de la residencia. Podía ver los árboles pelados que había
fuera. Imaginó que en primavera, se llenaría de flores el jardín y
junto los cerezos quedaría precioso.
Vio al fondo a la derecha
un armario empotrado, esperaba que tuviera un futón y bastantes
mantas, porque ese día hacía bastante frío, y eso que estaba
acostumbrado al frío, Londres no es lo que se dice un lugar muy
caluroso, pero definitivamente, Japón era “otro mundo”.
Dejó sus converse negras
al lado de la puerta y se acercó a la mesa. Posó suavemente el
maletín encima de la mesita y se sentó un momento a sopesar todo
aquel día... Había sido bastante largo sin duda...
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