viernes, 3 de agosto de 2012

1 | 9/1/06 - Japón, Tokyo. Nublado.




Era una mañana muy fría. Había un niño de 12 años sujetando firmemente un maletín en mitad de la multitud. Realmente los aeropuertos son sitios muy ajetreados, pensó el niño.
Levantó su pequeña maleta azul pálido del suelo y se encaminó al exterior del edificio.

-¡Oooh! -Exclamó al ver por primera vez el país del sol naciente.

Se recolocó su bufanda y comenzó a andar. Se fue abriendo paso entre la gente que abarrotaba las calles japonesas. Japón es realmente un paraíso, pensó el pequeño de ojos azules.
Siguió avanzando hasta llegar a un parque. Eran las 7:33 de la mañana según marcaba su reloj digital. Se sentó en un banco del parque y puso el maletín en su regazo. Frotó sus manos, que a pesar de llevar guantes estaban algo frías. Miró a su alrededor mientras el vaho salía lentamente por su boca a cada espiración de aire. Era un parque muy bonito, había un gran lago en frente suya, con carpas, muchas carpas. En mitad del pequeño lago se erguía un pequeño altar. Pensó en lo religiosos y místicos que le habían parecido siempre los japoneses...
En el parque tan solo pudo ver a una chica vestida con chándal que hacía footing mientras escuchaba música con su Ipod.
En ese instante vio un chico que ofrecía propaganda y se acercó un poco al ver que bastantes jóvenes lo rodeaban, como si de un espectáculo se tratase.

-¡Vengan a nuestra residencia para estudiantes! ¡Residencia Sakurada! ¡No encontrará otra más silenciosa y a mejor precio! ¡Perfecta para estudiantes! - gritaba el chaval con un montoncito de flyers en la mano.

El chico se detuvo a pensar. Realmente, cuando se escapó de casa no pensó siquiera en donde iría, solo sabía que quería ir a Japón, ya que su primo y su tía le enseñaron japonés desde pequeño y dominaba bastante bien el idioma, de hecho, si nadie se fijara en sus grandes ojos azules, creerían que es un japonés.
Pensó que vivir en una residencia estudiantil estaría bien, al fin y al cabo en Tokyo no conocía a nadie. Así que se acercó al chico y le pidió un folleto. Después le preguntó varias cosas acerca de la residencia.

-Pero chaval, ¿tú no eres un poco pequeño para vivir solo? -preguntó el chico que repartía folletos al ver la estatura del niño.
-Bueno... -Estaba realmente en un aprieto, si le entregaban a la policía por ser un menor sin ningún tutor seguramente lo mandarían de una patada a Londres con sus padres... - verás, estoy aquí por una beca, estoy de erasmus y necesito un hogar mientras aclaro todo el papeleo. -No sabía ni de qué papeleo se refería, pero deseaba con toda su alma que el chico lo pasara por alto y no hiciera más preguntas.
Para su deleite, el chico asintió amablemente y le explicó todo lo referente a la residencia. Se encontraba justo detrás del parque, cosa que agradeció el chico ya que le había gustado bastante el parque en cuestión. Le explicó que serían unos 16.000 yenes (Unas 130 libras) la estancia durante un mes y aparte la comida. Podía elegir entre comer en la cafetería que tenía la residencia o comprar su propia comida, cosa que muchos hacían para ahorrar más dinero.
Sinceramente, el dinero le importaba poco. Sus padres eran ricos y se aseguró antes de irse de coger una buena suma de dinero, sabía que hasta los 18 años no podría coger nada de su cuenta (Aún con el riesgo de que su padre cogiera todo su dinero y se lo quedara...)
El chico le dio las gracias al chaval de los folletos y se despidió con una reverencia. Agarró su maletín azul de nuevo y emprendió camino hacia la residencia. Se ayudó de un pequeño mapa detrás del folleto que le había dado el chaval.
Después de unos minutos atravesando el parque, llegó a la entrada. El chico estaba entrenándose con el japonés por lo que se detuvo a leer un cartel que había al lado de la gran valla que cercaba el parque.

“El parque está abierto para el disfrute de todos desde las 06h am hasta las 23h pm.”

Sacó del bolsillo un bolígrafo y apuntó “06-23” al lado del mapa dibujado en el folleto. Siguió andando y salió del parque. Sus pisadas sonaban en la adoquinada calle, eso hacía que el chico andase más despacio, le daba vergüenza que sus pisadas se oyeran mucho, estúpido por otro lado, ya que no había mucha gente por esa zona.
Llegó a la puerta de la residencia. Un gran rótulo encima de la puerta ponía en japonés “Residencia Sakurada” adornado con un pétalo de cerezo al lado, detalle que al chico le gustó bastante.
Se acercó a la entrada y tímido pero decidido a la vez, llamó a la puerta de madera, esperando una respuesta del interior.
A los pocos segundos, una mujer abrió la puerta. Mediría unos poco centímetros más que el niño y fumaba lentamente un cigarro mientras lo miraba curiosa.

-Hola, ¿puedo ayudarte en algo? -preguntó un poco confundida al ver a un niño tan pequeño llamando a una residencia para estudiantes.
-Hola... -hizo una reverencia, aún le costaba adaptarse a las costumbres japonesas. -Perdone, he estado hablando con un chico en el parque que reparte folletos – dijo enseñando el papel- y me gustaría alojarme aquí durante una temporada...
Estaba nervioso, sabía que le volverían a preguntar, sabía que tarde o temprano se enterarían de que había huido y lo devolverían con sus padres, con su padre....
-Ah, perfecto. Pasa, hay muchas habitaciones vacías, así que tienes suerte, puedes elegir la que prefieras. -dijo la mujer ofreciéndole una amable sonrisa e invitándole a pasar.

El chico entró y se descalzó, cosa que tampoco le gustaba mucho. Se puso unas zapatillas de estar por casa que le ofreció la mujer y se llevó las suyas en la mano. La mujer le ofreció una llave para guardar sus zapatillas en uno de los compartimentos de un armario que había a la entrada, pero el chico le dijo que no hacía falta, que le gustaba tener sus cosas en la habitación.
La mujer lo condujo hasta un pasillo lleno de puertas, al fondo había una bifurcación a la izquierda y otra a la derecha, que imaginó estaría llena de habitaciones.

-Las habitaciones que tienen carteles en las puertas son las que están ocupadas. Más tarde te daré a ti uno para que pongas tu nombre. -dijo sonriéndole, a la mujer le había caído bastante bien aquel niño entrañable.
-Muchas gracias por todo -dijo haciendo una reverencia. - Pero me gustaría saber para qué sirve el cartel con mi nombre en la puerta...

Él siempre había sido muy reacio al dar su nombre, contra menos gente lo supiera, mejor. No había ningún motivo especial, suponía que sería desconfianza a secas.

-Es por si nos llega algún correo a tu nombre, y a su vez por si encargas algo a cocina o por si alguien te busca. -le respondió la mujer.
-Vale... -dijo agachando la cabeza y con las palabras “si alguien te busca” resonando en su cabeza.

El chico miró cuidadosamente las puertas. Algunas tenían carteles como anteriormente le había indicado la mujer, algunos con nombres acabados en “-chan” y con corazones dibujados alrededor, otros con nombres y calaveras a modo de adorno.
Llegó a la bifurcación y tomo la izquierda sin pensarlo. Como si supiera que aquel era el camino correcto. El pasillo no era muy largo, tenía puertas a ambos lados y una última puerta en la pared del fondo. Sabía que su habitación sería esa. Desde el momento en que oyó al chico en el parque gritar algo acerca de una residencia. Estaba algo asustado por lo que ocurría en su mente, pero valiente, cogió su maletita de nuevo y se acercó a la puerta. Estaba abierta, supuso que sería porque, ya que no había nadie viviendo dentro, no era necesario tenerla cerrada con llave.
Entró y se encontró con un amplio salón, en el centro una mesita baja japonesa, con brasero para las frías noches de invierno. En frente de la mesita una pequeña televisión y detrás de ésta, una ventana que daba al jardín de la residencia. Podía ver los árboles pelados que había fuera. Imaginó que en primavera, se llenaría de flores el jardín y junto los cerezos quedaría precioso.
Vio al fondo a la derecha un armario empotrado, esperaba que tuviera un futón y bastantes mantas, porque ese día hacía bastante frío, y eso que estaba acostumbrado al frío, Londres no es lo que se dice un lugar muy caluroso, pero definitivamente, Japón era “otro mundo”.

Dejó sus converse negras al lado de la puerta y se acercó a la mesa. Posó suavemente el maletín encima de la mesita y se sentó un momento a sopesar todo aquel día... Había sido bastante largo sin duda...  

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