martes, 7 de agosto de 2012

21 | 17/12/08 – Japón, algún lugar de Tokyo. Nublado.


-Diario de un vagabundo-


Max no sabía como había podido sobrevivir durante tanto tiempo en la calle. Seguía “viviendo” en aquel callejón, nadie lo transitaba y tenía al menos colchón, que es mucho más de lo que cualquier vagabundo podría soñar. Las necesidades básicas de Max se veían muy reducidas. Se había instalado cerca de un parque, un punto a favor. Cuando quería ir al baño no tenía más que acercarse a los baños públicos, y si quería lavar su ropa, lo hacía en los lavabos del mismo. En cuanto a bañarse, algo que Max necesitaba a diario porque si no se sentía sucio y asqueroso, le era más difícil. Por las madrugadas, cuando nadie miraba. Robaba jabón de los baños y se duchaba en el lago del parque, estaba bastante limpio y a diferencia del lago del parque cercano a la residencia, no tenía peces. Por lo que, si no le preguntabas donde vivía, no se sabría nunca que Max vivía en la calle.
En cuanto al tema de la comida, eso era un poco más complicado. Para los primeros días estaba usando sus armas de hombre gay. No tenía más que intentar seducir al tendero, pedirle algo que estuviese en el almacén y robar todo lo que pudiera mientras se iba el otro. Le había funcionado la mayoría de las veces, incluso con mujeres, que para su sorpresa, le estaban empezando a gustar.
Max sabía que ahora más que nunca, necesitaba ser fuerte, más fuerte que nadie.
El tema de la universidad era delicado. Era de pago por no hablar de que no quería encontrarse con Zero, dedució que lo más normal sería que Zero se acercara a la universidad a preguntar (cosa totalmente cierta, de hecho había ido en varias ocasiones) por lo que no volvió. Su sueño de ser diseñador a la mierda, su vida amorosa-sexual a la mierda, su casa a la mierda. TODO A LA PUTA MIERDA. Joder.

Vio un cartel de “Se necesita camarero, no necesaria experiencia.” Max se lanzó, y gracias a sus encantos también pudo conseguir el trabajo. Cobraría 800 yenes la hora, pero gracias a su cara bonita, se lo subieron a 1000 yenes. Su jefe le insinuó que si le hiciera otros trabajos la paga ascendería, pero Max se hizo el interesante e hizo como si no se enterase. ¿Todos los hombres aquí son gays? Porque ya no parezco tan niña...pensaba Max. Y era cierto, en esos dos años había crecido, era más alto, más guapo si cabe, pero su cara ahora era algo más masculina, no mucho más, pero por algo se empieza.
Comenzó a hacer números para calcular cuando podría alquilar un piso, aunque fuera enano. Cuando hubiera ahorrado más, se iría a otro país, Japón empezaba a no gustarle un pelo.

Esa noche volvió cansadísimo a causa del trabajo. Nunca había trabajado de nada y menos de camarero. Al volver a “su colchón” comprobó que alguien ya dormía en él.

-¡Oye, tú! ¡Ese colchón es mío!
El hombre se levantó lentamente. Tendría unos 30 y pocos años. La ropa raída, el pelo sucio, lo normal en un vagabundo.
-¿Lleva tu nombre?
-No, pero es que no tengo otro sitio para dormir...
-¿Vives en la calle? -preguntó confuso el hombre.
-Sí...
-Vaya, no lo parece, de hecho pareces un niño bien.
-Lo sé, hace poco que me fugué de casa de mi n-... de mi padre... Es gilipollas.
Eso consiguió despertar el afecto y la curiosidad del mendigo.
-¿Ah sí? Yo también odio mi familia, por eso me fugué.
-Ya tenemos algo en común.
Ambos se sentaron en el colchón y hablaron durante horas, contándose tópicos de la calle, secretos para sobrevivir al duro asfalto y anécdotas estúpidos. Después, Max le invitó a dormir con él. El mendigo, muy agradecido, le pasó algo.
-¿Quieres? -dijo enseñándole una bolsita con una sustancia blanca.
-¡¿Cocaína?!
-¡No grites hombre! Sí, coca, ¿quieres un chute?
-Yo no...
-Venga tío, si no hace nada, ¿tú me ves loco o mal de la cabeza?
-N-No... pero...
-Probar cosas nuevas colega, además... Ya no tienes nada que perder, ¿no? A lo mejor esto te hace olvidar esos malos ratos.
-Sí...tal vez....

Sin darse ni cuenta, Max se estaba metiendo en un mundo peligroso. En una espiral.

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