-Diario
de un vagabundo-
Max
no sabía como había podido sobrevivir durante tanto tiempo en la
calle. Seguía “viviendo” en aquel callejón, nadie lo transitaba
y tenía al menos colchón, que es mucho más de lo que cualquier
vagabundo podría soñar. Las necesidades básicas de Max se veían
muy reducidas. Se había instalado cerca de un parque, un punto a
favor. Cuando quería ir al baño no tenía más que acercarse a los
baños públicos, y si quería lavar su ropa, lo hacía en los
lavabos del mismo. En cuanto a bañarse, algo que Max necesitaba a
diario porque si no
se sentía sucio y asqueroso, le
era más difícil. Por las madrugadas, cuando nadie miraba. Robaba
jabón de los baños y se duchaba en el lago del parque, estaba
bastante limpio y a diferencia del lago del parque cercano a la
residencia, no tenía peces. Por lo que, si no le preguntabas donde
vivía, no se sabría nunca que Max vivía en la calle.
En
cuanto al tema de la comida, eso era un poco más complicado. Para
los primeros días estaba usando sus
armas de hombre gay. No
tenía más que intentar seducir al tendero, pedirle algo que
estuviese en el almacén y robar todo lo que pudiera mientras se iba
el otro. Le había funcionado la mayoría de las veces, incluso con
mujeres, que para su sorpresa, le estaban empezando a gustar.
Max
sabía que ahora más que nunca, necesitaba ser fuerte, más fuerte
que nadie.
El
tema de la universidad era delicado. Era de pago por no hablar de que
no quería encontrarse con Zero, dedució que lo más normal sería
que Zero se acercara a la universidad a preguntar (cosa totalmente
cierta, de hecho había ido en varias ocasiones) por lo que no
volvió. Su sueño de ser diseñador a la mierda, su vida
amorosa-sexual a la mierda, su casa a la mierda. TODO A LA PUTA
MIERDA. Joder.
Vio
un cartel de “Se necesita camarero, no necesaria experiencia.”
Max se lanzó, y gracias a sus encantos también pudo conseguir el
trabajo. Cobraría 800 yenes la hora, pero gracias a su cara bonita,
se lo subieron a 1000 yenes. Su jefe le insinuó que si le hiciera
otros trabajos la paga ascendería, pero Max se hizo el interesante e
hizo como si no se enterase. ¿Todos
los hombres aquí son gays? Porque ya no parezco tan niña...pensaba
Max. Y era cierto, en esos dos años había crecido, era más alto,
más guapo si cabe, pero su cara ahora era algo más masculina, no
mucho más, pero por algo se empieza.
Comenzó
a hacer números para calcular cuando podría alquilar un piso,
aunque fuera enano. Cuando hubiera ahorrado más, se iría a otro
país, Japón empezaba a no gustarle un pelo.
Esa
noche volvió cansadísimo a causa del trabajo. Nunca había
trabajado de nada y menos de camarero. Al volver a “su colchón”
comprobó que alguien ya dormía en él.
-¡Oye,
tú! ¡Ese colchón es mío!
El
hombre se levantó lentamente. Tendría unos 30 y pocos años. La
ropa raída, el pelo sucio, lo normal en un vagabundo.
-¿Lleva
tu nombre?
-No,
pero es que no tengo otro sitio para dormir...
-¿Vives
en la calle? -preguntó confuso el hombre.
-Sí...
-Vaya,
no lo parece, de hecho pareces un niño bien.
-Lo
sé, hace poco que me fugué de casa de mi n-... de mi padre... Es
gilipollas.
Eso
consiguió despertar el afecto y la curiosidad del mendigo.
-¿Ah
sí? Yo también odio mi familia, por eso me fugué.
-Ya
tenemos algo en común.
Ambos
se sentaron en el colchón y hablaron durante horas, contándose
tópicos de la calle, secretos para sobrevivir al duro asfalto y
anécdotas estúpidos. Después, Max le invitó a dormir con él. El
mendigo, muy agradecido, le pasó
algo.
-¿Quieres?
-dijo enseñándole una bolsita con una sustancia blanca.
-¡¿Cocaína?!
-¡No
grites hombre! Sí, coca, ¿quieres un chute?
-Yo
no...
-Venga
tío, si no hace nada, ¿tú me ves loco o mal de la cabeza?
-N-No...
pero...
-Probar
cosas nuevas colega, además... Ya no tienes nada que perder, ¿no? A
lo mejor esto te hace olvidar esos malos ratos.
-Sí...tal
vez....
Sin
darse ni cuenta, Max se estaba metiendo en un mundo peligroso. En una
espiral.
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