Max había pasado tal vez los peores meses de toda su vida. Tenía
síndrome de abstinencia, no muy exagerado, había visto casos
peores, pero aún así necesitaba volver a sentir aquella sustancia
en todo su cuerpo, sentir como olvidaba sus problemas y
preocupaciones, ser por un momento un ser etéreo y mal definido que
buscaba la felicidad.
Se encontraba donde siempre, en su colchón, tirado. Llevaba dos días
sin su dosis y se sentía vulnerable, irascible, infectado. Deseaba
con toda su alma que alguien le sacara de aquel pozo de
desesperación.
Como si su llamada al cielo fuera escuchada, alguien entró en el
callejón y le habló. Una voz que ya conocía.
-¿Hola?
Es el extraño de la última vez, pensó Max.
-¿Qué quieres? -contestó bruscamente.
-Qué ánimos... Creo que lo que traigo te pondrá de buen humor.
-dijo sacando una bolsita con cocaína.
-A-Aparta eso de mí... Yo... Yo solo quiero dejarlo... Y me va a ser
imposible si me enseñas así... -respondió Max desesperado mientras
el extraño se sentaba junto a él en el colchón.
-Bueno, un poquito más no te va a matar...
Lo cierto es que podría matarlo, Max padecía muchos problemas
cardíacos, pulmonares y psicológicos, su mente equilibrada era lo
único que lo mantenía cuerdo.
-N-No... A-Además... Yo no tengo dinero. -respondió mirando al
extraño por fin a los ojos.
-Bueno, pero... Eso no es un problema... -dijo acercándose a él.
-¿Q-Qué haces? -preguntó asqueado y echándose a un lado.
-Siempre puedes pagarme de otras maneras, la verdad es que desde el
momento en el que te vi me gustaste, eres muy mono. -dijo rozándole
la mejilla con la mano.
-¿¡Qué!? ¡No, no déjame!
-Já, eso es precisamente lo que me gusta, que te resistas. -dijo
levantándose y esbozando una tétrica sonrisa perversa.
Max, totalmente aterrado intentó escapar, pero el hombre era mucho
más alto y fuerte que él. Lo cogió por los brazos y lo lanzó al
colchón para luego subirse encima de Max. El pequeño no paraba de
sollozar y forcejear, pero el mayor le cogió por las muñecas y con
la mano libre sacó cinta aislante y le tapó la boca con ella. Max
lloraba y rogaba un poco de clemencia, clemencia que jamás llegó.
El hombre disfrutaba viéndolo llorar y sollozar, viendo como
intentaba resistirse aunque todo fuese en vano. El extraño, aún con
las muñecas de Max sujetas, le bajó los pantalones lentamente con
la otra mano. Max hacía amago de gritar y movía las caderas
violentamente en busca de una escapatoria. El hombre, después de
deshacerse de los pantalones de Max, se desabrochó los suyos y le
dijo algo al oído a Max. Te voy a soltar porque necesito ambas
manos, pero tengo una navaja y una pistola, como hagas alguna
tontería te mato aquí mismo, creo que nadie te echaría en falta.
Esas últimas palabras resonaban en la mente de Max... nadie te
echaría en falta. Claro que nadie le echaría en falta. Por
supuesto que no. Se dejó hacer, total, no tenía nada ni nadie que
perder. Aunque Max tenía asumido que necesitaba algún que otro
meneito, ese hombre le producía un asco atroz, una ira
irreconocible, nunca había odiado tanto a alguien.
El extraño acercó el cuerpo de Max al suyo y le introdujo de golpe
y sin miramientos su miembro erecto. Max, que no sería oído en
aquella tenebrosa noche, ahogó un grito de dolor y sollozó más
fuerte si podía. Max notaba como aquel hombre disfrutaba haciéndolo
sufrir y rompiéndole el culo a placer. Mientras Max sollozaba, el
hombre comenzaba a embestirle cada vez más rápido y más fuerte,
gritándole, gimiendo, sonriendo de aquella manera tan macabra.
Diciéndole obscenidades como menudo culo que tienes chaval, estás
hecho toda una puta o me gustaría quitarte la cinta de la
boca para oírte gemir y gritar.
Max cada vez sentía más asco por aquel hombre, no podía ni
disfrutar de... si aquello podía llamarse cópula y no asesinato. El
hombre continuaba metiéndosela y sacándosela más rápido,
tirándole del pelo, dejando marcas en la pálida piel de Max. El
pequeño no podía dejar de llorar y temblar mientras sentía todo su
cuerpo profanado por el mal. Sí, le estaban violando, era la primera
vez en su vida que se sentía como aquellas chicas que salían por la
tele tapándose la cara mientras sus madres decían llorando que
atraparían a ese cabrón. ¿A cuántos o cuántas habría
violado ya este engendro? se preguntaba Max entre embestida y
embestida.
Cuando el hombre estaba a punto de alcanzar el clímax, Max gritó
desde detrás de la cinta aislante que cubría su boca, arqueando la
espalda ligeramente. El hombre se corrió en el interior de Max
produciéndole más asco aún. Después, el hombre se levantó y se
quedó de rodillas sobre el colchón a cierta distancia de Max. El
pequeño, que tonto no era, aprovechó el descuido del mayor para
darle una patada en el estómago y salir corriendo.
-¡¡VUELVE AQUÍ, PEQUEÑO HIJO DE PUTA!! -gritó el hombre desde el
interior del callejón.
Max corría sin descanso por pequeñas callejuelas bajo la lluvia.
Corría sin pausa, con el terror hirviéndole la sangre. Se quitó la
cinta aislante de la boca y quiso gritar, pero prefirió ahogar el
grito para evitar un posible segundo encontronazo con aquel asqueroso
hombre.
Corrió sin tregua, sin respiro. Se calaba hasta los huesos, se
sentía más vivo que nunca y a la vez más podrido que en toda su
corta existencia.
Tras dos horas corriendo y habiéndose asegurado que estaba lo
bastante lejos de aquel callejón, paró a descansar. Se apoyó
contra una pared de ladrillos y se dejó caer al suelo.
Insignificante, mojado no solo de lluvia y con la cara llena de
arañazos, dejó que su vida acabara en aquel momento. Sería feliz.
Tan tan feliz....
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