sábado, 11 de agosto de 2012

25 | 9/5/09 – Japón, Tokyo. Lluvioso.

(Tiene contenido Lemon.)



 Max había pasado tal vez los peores meses de toda su vida. Tenía síndrome de abstinencia, no muy exagerado, había visto casos peores, pero aún así necesitaba volver a sentir aquella sustancia en todo su cuerpo, sentir como olvidaba sus problemas y preocupaciones, ser por un momento un ser etéreo y mal definido que buscaba la felicidad.

Se encontraba donde siempre, en su colchón, tirado. Llevaba dos días sin su dosis y se sentía vulnerable, irascible, infectado. Deseaba con toda su alma que alguien le sacara de aquel pozo de desesperación.

Como si su llamada al cielo fuera escuchada, alguien entró en el callejón y le habló. Una voz que ya conocía.

-¿Hola?

Es el extraño de la última vez, pensó Max.

-¿Qué quieres? -contestó bruscamente.
-Qué ánimos... Creo que lo que traigo te pondrá de buen humor. -dijo sacando una bolsita con cocaína.
-A-Aparta eso de mí... Yo... Yo solo quiero dejarlo... Y me va a ser imposible si me enseñas así... -respondió Max desesperado mientras el extraño se sentaba junto a él en el colchón.
-Bueno, un poquito más no te va a matar...

Lo cierto es que podría matarlo, Max padecía muchos problemas cardíacos, pulmonares y psicológicos, su mente equilibrada era lo único que lo mantenía cuerdo.

-N-No... A-Además... Yo no tengo dinero. -respondió mirando al extraño por fin a los ojos.
-Bueno, pero... Eso no es un problema... -dijo acercándose a él.
-¿Q-Qué haces? -preguntó asqueado y echándose a un lado.
-Siempre puedes pagarme de otras maneras, la verdad es que desde el momento en el que te vi me gustaste, eres muy mono. -dijo rozándole la mejilla con la mano.
-¿¡Qué!? ¡No, no déjame!
-Já, eso es precisamente lo que me gusta, que te resistas. -dijo levantándose y esbozando una tétrica sonrisa perversa.

Max, totalmente aterrado intentó escapar, pero el hombre era mucho más alto y fuerte que él. Lo cogió por los brazos y lo lanzó al colchón para luego subirse encima de Max. El pequeño no paraba de sollozar y forcejear, pero el mayor le cogió por las muñecas y con la mano libre sacó cinta aislante y le tapó la boca con ella. Max lloraba y rogaba un poco de clemencia, clemencia que jamás llegó. El hombre disfrutaba viéndolo llorar y sollozar, viendo como intentaba resistirse aunque todo fuese en vano. El extraño, aún con las muñecas de Max sujetas, le bajó los pantalones lentamente con la otra mano. Max hacía amago de gritar y movía las caderas violentamente en busca de una escapatoria. El hombre, después de deshacerse de los pantalones de Max, se desabrochó los suyos y le dijo algo al oído a Max. Te voy a soltar porque necesito ambas manos, pero tengo una navaja y una pistola, como hagas alguna tontería te mato aquí mismo, creo que nadie te echaría en falta. Esas últimas palabras resonaban en la mente de Max... nadie te echaría en falta. Claro que nadie le echaría en falta. Por supuesto que no. Se dejó hacer, total, no tenía nada ni nadie que perder. Aunque Max tenía asumido que necesitaba algún que otro meneito, ese hombre le producía un asco atroz, una ira irreconocible, nunca había odiado tanto a alguien.
El extraño acercó el cuerpo de Max al suyo y le introdujo de golpe y sin miramientos su miembro erecto. Max, que no sería oído en aquella tenebrosa noche, ahogó un grito de dolor y sollozó más fuerte si podía. Max notaba como aquel hombre disfrutaba haciéndolo sufrir y rompiéndole el culo a placer. Mientras Max sollozaba, el hombre comenzaba a embestirle cada vez más rápido y más fuerte, gritándole, gimiendo, sonriendo de aquella manera tan macabra. Diciéndole obscenidades como menudo culo que tienes chaval, estás hecho toda una puta o me gustaría quitarte la cinta de la boca para oírte gemir y gritar.
Max cada vez sentía más asco por aquel hombre, no podía ni disfrutar de... si aquello podía llamarse cópula y no asesinato. El hombre continuaba metiéndosela y sacándosela más rápido, tirándole del pelo, dejando marcas en la pálida piel de Max. El pequeño no podía dejar de llorar y temblar mientras sentía todo su cuerpo profanado por el mal. Sí, le estaban violando, era la primera vez en su vida que se sentía como aquellas chicas que salían por la tele tapándose la cara mientras sus madres decían llorando que atraparían a ese cabrón. ¿A cuántos o cuántas habría violado ya este engendro? se preguntaba Max entre embestida y embestida.
Cuando el hombre estaba a punto de alcanzar el clímax, Max gritó desde detrás de la cinta aislante que cubría su boca, arqueando la espalda ligeramente. El hombre se corrió en el interior de Max produciéndole más asco aún. Después, el hombre se levantó y se quedó de rodillas sobre el colchón a cierta distancia de Max. El pequeño, que tonto no era, aprovechó el descuido del mayor para darle una patada en el estómago y salir corriendo.

-¡¡VUELVE AQUÍ, PEQUEÑO HIJO DE PUTA!! -gritó el hombre desde el interior del callejón.

Max corría sin descanso por pequeñas callejuelas bajo la lluvia. Corría sin pausa, con el terror hirviéndole la sangre. Se quitó la cinta aislante de la boca y quiso gritar, pero prefirió ahogar el grito para evitar un posible segundo encontronazo con aquel asqueroso hombre.
Corrió sin tregua, sin respiro. Se calaba hasta los huesos, se sentía más vivo que nunca y a la vez más podrido que en toda su corta existencia.
Tras dos horas corriendo y habiéndose asegurado que estaba lo bastante lejos de aquel callejón, paró a descansar. Se apoyó contra una pared de ladrillos y se dejó caer al suelo.
Insignificante, mojado no solo de lluvia y con la cara llena de arañazos, dejó que su vida acabara en aquel momento. Sería feliz. Tan tan feliz....  

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