Los meses pasaban rapidamente. Max y Zero no podían estar más a
gusto viviendo juntos. Para Zero era como un sueño hecho realidad.
Era una tarde MUY calurosa de junio. En Japón el verano era
terrible. Max, acostumbrado al clima de Londres, estaba que no podía
más. Sudoroso, mojado, sin separarse de su paipai y en ropa
interior, yacía en el sofá, viendo un dorama con restos de galletas
de arroz en el torso.
Zero estaba trabajando, por lo que estaría solo hasta las 10 de la
noche, como mínimo. Ultimamente Zero había tenido que trabajar
hasta tarde, hacer horas extra y estar algún que otro domingo
“pringando”, como él decía con amargura.
Max se había acostumbrado totalmente a su nueva casa, ya se paseaba
con libertad, se permitía entrar de vez en cuando en el despacho de
Zero para verlo trabajar... Todo iba como la seda.
Todo menos aquel día. Max lo recordaba como si fuera ayer.
Después de su primera vez con Zero, ambos estaban muy avergonzados y
no sabían cuando sacar el tema. Max por supuesto que tenía
pasiones interiores, al igual que Zero, solo que ninguno decía nada.
Se pasaron una laaaarga semana sin pasar de unos cuantos besitos
acalorados en el sofá. Hasta que Zero decidió con paso firme coger
a Max y.... El resto es historia. Max lo recuerda amargamente y con
cierta cólera. Zero había sido muy brusco con él. Después de
aquella noche Max no pudo sentarse sin dolores en 5 días por lo
menos, sin hablar de las marcas que le había dejado en las manos a
causa del forcejeo precoital.
Zero le pidió perdón en todos los idiomas que sabía y prometió no
tratarlo así nunca más. Max le restó importancia y siguieron con
su vida. Ahora tenían una vida más activa sexualmente, y Max,
dándole gracias al cielo, un poco menos burra.
Zero mientras tanto cerraba un trato con unos hombres trajeados que
miraban todo muy impresionados. Eran españoles. Zero sabía un poco
de español, pero poquísimo, aunque pudo entender que estaban muy
sorprendidos por el color de su pelo.
Después de un aburrido día de trabajo, Zero volvió a casa en
coche, como de costumbre. Entró, se descalzó, fue al sofá, abrazó
a Max, lo besó y de ahí pasaron a mayores, no quiso ni cenar.
04:35 am
Zero miraba por la ventana de su habitación. Desnudo, con las
sábanas tapando de cintura para abajo, encerrando secretos, pasiones
de dos hombres. Fumaba lentamente mientras contemplaba el paisaje
japonés. Muchas luces, edificios enormes, estrellas... Se sentía
tan pequeño en toda aquella inmensidad...
-¿Me das un poco? -dijo Max surgiendo de entre las sábanas.
-¿De qué? -respondió Zero.
-¿De qué va a ser? Del cigarro. -soltó Max, como si fuera obvio.
-Pensé que no fumabas.
-Y no fumo, quiero probarlo.
-No seré yo quien te meta en este vicio tan perjudicial para la
salud. -dijo Zero dándose media vuelta.
-Vaaale, papá, ya me meto yo solo. -respondió cogiendo la cajetilla
de tabaco y sacando un cigarrillo.
-¡Qué no! -dijo Zero quitándosela de las manos.
-¿Decías?
Max, casi por arte de magia, había sacado un cigarro y ya lo estaba
encendiendo. Dio una profunda calada y al segundo comenzó a toser.
Zero lo miraba divertido, le parecía adorable ver como su “pequeño”
se intentaba hacer mayor a la fuerza. Max siguió fumando, con menos
intensidad para no morir ahogado, hasta que el cigarro se consumió
en sus manos.
-¿Te ha gustado? -dijo Zero sonriendo de medio lado.
-Está asqueroso.
-Entonces confío en que no me cogerás cigarros, ¿no?
-Ah, que lo que te importa es que te robe cigarrillos y no que mi
salud esté en peligro... Vale,vale... -y acto seguido dio una vuelta
en la cama y se tapó con las sábanas.
-Que no, aiiish, mira que eres tonto, ¿eh? -dijo Zero dejando la
colilla en el cenicero y tumbándose a su lado, rodeando las caderas
de Max con sus grandes brazos.
-Y no paras de llamarme tonto...
-No me gusta, ahora tu boca sabrá a tabaco. -dijo haciendo caso
omiso de las quejas de Max.
-Así sabrás lo que siento yo cada día.... -dijo Max apenado.
-Oye... ¿Has hecho todo esto solo para que deje de fumar? -dijo Zero
asomándose por la espalda de Max para mirarlo a la cara.
-Pues sí, no me gusta el olor, ni el sabor... Y además te vas a
morir de cáncer de pulmón... -dijo preocupado.
-Si tú me lo pides, lo dejo.
-Déjalo.
-Este que has visto, el último, te lo prometo.
-A ver cuanto aguantas. -dijo Max burlándose.
-Bueno, a lo mejor me ves algo más histérico, pero eso se calma
facilmente. -dijo sonriendo pícaramente.
-Sí, creo que sé de sobra como calmar a las fieras. -respondió
juguetón.
-Demuéstramelo.
Y ambos se metieron de nuevo entre las sábanas, jadeando, gimiendo,
gritando, sudando, moviéndose... Una noche como otra cualquiera, en
la que dos enamorados se conocen un poco más, se hacen promesas, se
aman.
No hay comentarios:
Publicar un comentario