Un
horrible día. Las 22:45. Zero no aparecía. La cena fría sobre la
mesa. Max en el sofá, tirado. Mirando al techo. Por primera vez,
tenía ganas de rezarle al supuesto Dios y pedirle consejo. Ayuda.
Necesitaba ayuda. Nadie se la daba. Estaba perdido, apunto de
estallar.
Zero
entró por la puerta.
-Hola,
siento...
-¿¡A
ti te parece normal venir a estas horas!?
-Iba
a disculparme. -respondió enfadado.
-¿Qué,
estabas con tu amiguito no?
-Déjalo
Max...
-No,
es que no me da la gana. Qué, ¿os lo habéis montado en la mesa de
tu despacho? Claro, tendréis un hotel dos semanas, ¿pero como
podrías esperar tanto?
-Lo
dices como si ya te hubiese sido infiel...
-No
lo sé, dímelo tú. -con los brazos en las caderas.
-No
tengo nada que decir, te he dicho en todos los idiomas que conozco
que no estoy con él ni lo voy a estar en la vida. -intentando
mantener la calma.
-¡Eres
un mentiroso, un mentiroso! -le gritaba Max.
-Max,
deja de gritarme, yo te estoy hablando con calma... -al borde del
brote psicótico.
-No
te preocupes, ya te gritará el otro en la cama, ¡porque yo no lo
pienso hacer más!
-¡¡CÁLLATE
YA!!
Se
hizo el silencio. Max se sentía más pequeño e indefenso que nunca.
-¡¡ESTOY
YA HARTO!! ¡HARTO DE UN NIÑATO INFANTIL QUE NO CONFÍA EN MÍ!
¡HARTO DE QUE ME VENGAS TODOS LOS DÍAS CON LA MISMA MIERDA! ¡HARTO
DE QUE PONGAS EN DUDA MI AMOR! ¡¡YA ESTOY HASTA LOS COJONES, ¿ME
HAS OÍDO?!!
Por
supuesto que le había oído. De sobra. Max permaneció callado y fue
a la habitación. No dijo absolutamente nada. Echó el pestillo para
que no entrara Zero.
Comenzó
a llover.
-M-Max...
Max, abre la puerta... Yo...
-Déjame.
-contestó Max desde dentro.
-Max...
Te juro que yo no quería... Pero... Max, ábreme y lo hablamos, sin
puertas de por medio...
-Déjame...
-lo decía cada vez más bajo mientras se oían ruidos y movimientos.
-Max...
Zero
permaneció al otro lado de la puerta, con la oreja pegada,
escuchando cada paso que daba Max.
-Adiós,
Zero.
¿Qué
quiere decir con eso? … No será....
-¡NO
MAX! ¡NO HAGAS NINGUNA TONTERÍA! -Zero empujó la puerta.
La
puerta cedió y cayó con un golpe sordo al suelo. La ventana
abierta. El armario de par en par. Las cosas por los suelos. Se
acercó a una de las cosas que yacía sobre la moqueta azul. Era la
foto que se hicieron en el fotomatón cuando empezaron. Estaba rajada
por la mitad de manera que él y Max se separaban en dos pedazos...
Miró la ventana de nuevo y se asomó rapidamente. Llovía con fuerza
y el viento azotaba los árboles. Zero no consiguió distinguir nada.
Max
había escapado con una bolsa y varias prendas de ropa.
Comenzó
a llover.
-M-Max...
Max, abre la puerta... Yo...
-Déjame.
-contestó Max desde dentro.
Max
estaba nervioso. Nunca nadie le había gritado así... A excepción
de su padre, que le había hecho la vida imposible. No permitiría
que nadie le volviera a gritar así. NUNCA MÁS.
-Max...
Te juro que yo no quería... Pero... Max, ábreme y lo hablamos, sin
puertas de por medio...
Se
aproximó al armario y lo abrió. Sacó una bolsa negra que tenía y
empezó a meter ropa suya.
-Déjame...
-decía cada vez más bajo.
Luego
fue a la mesilla y cogió sus pastillas, todas las cajas, junto
a una foto.
-Max...
- susurró Zero al otro lado de la puerta.
-Olvídame
para siempre... -dijo Max, más bien para sí mismo, mientras rompía
la foto.
Abrió la ventana. El frío entraba en la habitación y la lluvia intentaba mojarlo. Subió una pierna a la ventana y miró abajo. No era mucha altura al ser un primero, tiraría la bolsa y luego intentaría caer encima para amortiguar. Se guardó las pastillas en los bolsillos para no romperlas si caía en la bolsa.
Abrió la ventana. El frío entraba en la habitación y la lluvia intentaba mojarlo. Subió una pierna a la ventana y miró abajo. No era mucha altura al ser un primero, tiraría la bolsa y luego intentaría caer encima para amortiguar. Se guardó las pastillas en los bolsillos para no romperlas si caía en la bolsa.
-Adiós,
Zero.
Después
de la despedida, se tiró rapidamente por la ventana. Dejando atrás
el desorden, a Zero, su amor y su vida. Llevándose consigo el odio,
la rabia, la tristeza y preguntándose qué sería de él a partir de
ese momento.
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